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27 de octubre de 2010

Feminismo en plural: feminismos

Desde sus orígenes, el feminismo se ha caracterizado por una serie de debates[1] que a su vez han derivado en la construcción de los feminismos, que al ser vistos con atención no se construyen como corrientes de análisis puras. Así, en un intento por simplificar la evolución de los movimientos feministas y de mujeres, podemos ubicar dos grandes etapas; la primera en el marco de la modernidad y una segunda en la postmodernidad.

El feminismo moderno, conocido en México como la segunda ola feminista, ubicado entre 1960 y 1980, se caracterizó por esquemas interpretativos universalizadores y teorías explicativas macro que a su vez proponían ciertas prácticas como “correctas”, siempre con la intención de definir leyes generales del cambio a través de la monocausalidad.

En este sentido, esta etapa del feminismo se definió por la coexistencia de tres corrientes principales que pretendían, por separado, explicar la opresión femenina.

· El feminismo liberal, enfatiza el poder del prejuicio, la irracionalidad y la discriminación basadas en la socialización diferencial; cuya solución está en la igualdad política y cultural entre hombres y mujeres.

· El feminismo socialista por su parte, enfatiza la explotación femenina en la estructura del capitalismo, tomando como base el sistema productivo que aprovecha la exclusión y/ o la inclusión (como ejército de reserva) de las mujeres en la producción.

· Finalmente, el feminismo radical, ubica el problema en la diferencia sexual y la reproducción de las mujeres.

Por su parte, el feminismo postmoderno, 80s en adelante, de alguna manera perfecciona, con base en la crítica y la reflexión profunda, las bases del feminismo moderno. Sin apegarse totalmente a las ideas del posmodernismo, busca integrar las perspectivas teóricas macro y micro, moviéndose así en un el campo de fuerzas supuestamente opuestas. Las temáticas tienden a especificarse mientras se plantea la metodología ecléctica. En otras palabras, propone perspectivas basadas en la diversidad y la especificidad que evocan a la visión comparativa en contraposición a la universalizadora.

Tomando en cuenta lo anterior, considero que el feminismo es un movimiento en cierta medida unificado en sus metas y afortunadamente diverso en sus métodos y perspectivas; plagado de encuentros y desencuentros la idea sería la crítica y autocrítica. El tema que hoy nos ocupa, el patriarcado como unidad de análisis en la opresión femenina, no escapa a los encuentros y desencuentros característicos del feminismo.

Dentro de las distintas perspectivas feministas, podemos ubicar tres grandes posturas, más complementarias que contrapuestas, frente al concepto de patriarcado.

Hay para quienes el patriarcado es una categoría útil y vigente puesto que facilita el marco, muy general pero adecuado, para saber interrogar a la realidad social de que se trate en cada caso particular[2]. Esta postura en la que convergen feministas radicales y socialistas, argumenta la importancia del patriarcado como unidad de análisis basándose en las diferencias entre hombres y mujeres, no sólo biológicas aunque sí biológicamente impresas en los cuerpos y en la construcción psicosocial de los géneros.

Considero que la aportación de esta perspectiva se centra principalmente en la descripción de un sistema social complejo, capaz de generar las condiciones materiales y simbólicas para su continuidad; sistema social en el que un grupo reducido de hombres domina y explota a hombres y mujeres sobre la base de discursos tradicionales, o libertarios, que evolucionan para adaptarse a las especificidades económicas, políticas, culturales y tecnológicas.

Por otro lado encontramos a quienes rechazan la categoría del patriarcado pues universaliza e invisibiliza las particularidades. Según estas pensadoras, el problema está en las desigualdades sociales de género, es decir, en las distintas clases de poder que las sociedades han dado a las diferencias sexuales y a las formas jerárquicas que estas han impuesto a las relaciones humanas. Desde esta perspectiva el patriarcado como categoría de análisis ignora aspectos de las relaciones varón-hembra que no son sencillamente opresivos, sino que incluyen grados variables de ayuda mutua, ignorando las sutilezas del sistema sexo-género y tornando inflexible el análisis, puesto que no permite la inclusión de otras categorías (clase, raza, etc.) que redondeen la reflexión[3].

Sin contraponerse del todo a la perspectiva anterior, este segundo punto de vista retoma las especificidades en el tiempo y el espacio y las presenta como categorías analíticas relacionales; en otras palabras, permite pensar el poder como relaciones intersubjetivias de identidades socialmente construidas que apunten a repensar y resignificar las relaciones entre mujeres y hombres, hombres y hombres, mujeres y mujeres.

Finalmente, para quienes desechan el concepto de patriarcado y van profundizando en las discusiones sobre sexo/diferencia sexual/ género/clase/raza/deseo etc. el análisis se torna más complejo y da vida a la multitud de experiencias/reflexiones feministas que en el siglo XXI deberían estar lejos del los prejuicios que normalmente pesan sobre sus exponentes.

Así pues, poner sobre la mesa las discusiones en torno al patriarcado abre la puerta al mundo de los feminismos, de las estrategias políticas y teórico-metodológicas que han implementado.

En fin, que en el camino soy y feminista estoy…



[1] Autonomía vs. integración; igualdad vs. diferencia; etc.

[2] Puleo, Alicia (1995). Alexander, Sally y Bárbara Taylor (1984).

[3] Rowbotham, Sheila (1984).

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